lunes, 22 de agosto de 2011


Acústico

Cerrar los ojos, inhalar lentamente el aire y sentirlo correr por todo tu cuerpo, exhalar. Sentirse vivo.

Vuelvo a abrir los ojos y, nuevamente, aparezco en el bar. Miro con recelo ¿otra vez acá? nadie responde, nadie siquiera se atreve a mirar; le digo a mi amigo el cantinero "uno más, por favor" y él sabe lo que me está pasando por la mente pero, sin embargo, me sirve uno más sin objetar, en definitiva es su trabajo...

Tomo el vaso con una mano, libero sentimientos encerrando el puño sobrante y trago sin reparar en el ardor que siento, sin reparar en que la gente mira con lástima, sin reparar en nadie ni en nada más. Abro los ojos, vuelvo a la triste realidad y suspiro intentando que, con ese suspiro, se alejen las lágrimas, los dolores presentes y pasados.

-Ey hace mucho que no te veo por acá -me dice Henry (sí, el mismo Henry de siempre)
-Estuve de vela, digamos
-¿vela? -pregunta con ese acento que lo distingue tanto
-claro, de vela querido amigo -le respondo sin mirarle la cara
-bueno doña, cuando quiera pase por mi mesa, acérquese ¡vamos! -insiste casi en broma
-en otra ocasión Henry, en otra ocasión

Lo veo caminar, tambaleándose como en los viejos tiempo, lo veo alejarse y asumo lo real: no se alejan porque quieren, se alejan por que yo los hago alejar.

Suspiro, retomo los viejos caminos recorridos y sigo el trayecto que quise dejar de recordar. No creer en el olvido, no creer en la suerte ¿hay más? vuelvo a suspirar... no quise volver a lo que era, no quise animarme a más por miedo a perder, pero las ganas me ganaron y acá estoy sin astilla, sin árbol, sin siquiera raíz. Lo mismo de siempre, lo mismo que nunca. Eso se llama no aprender más.